martes, 22 de noviembre de 2011

La desmotivación explica el fracaso escolar en una sociedad sin respeto generacional y jerárquico

No es alentador el dato de que sólo el 6% de los alumnos de 12 años no comete faltas de ortografía en un breve dictado. También nos cuentan profesores universitarios que hay alumnos que acaban la carrera de Derecho y continúan sin dominar las reglas de ortografía. Cualquiera que haya estado en la redacción de un periódico ha visto como llegan becarios que no saben donde poner las haches. El panorama es acuciante y son muchas las familias que hacen notables esfuerzos económicos para que sus hijos tengan los mejores estudios posibles pero hay algo en el conjunto de la sociedad que la mantiene indiferente al fracaso de nuestro sistema educativo. Más del 50 % de menores recluidos en los centros de reforma no tiene aprobados los estudios de educación primaria.

Son muchos los informes y, hoy por hoy, nulas las esperanzas. El sistema educativo va en una dirección y las necesidades de la sociedad española van en otra muy distinta. Ahora que hablamos mucho del boom económico y tecnológico de la India resulta que uno de los secretos de su incorporación tan fulgurante a la economía global de la sociedad del conocimiento consiste en la calidad de la escuela privada, de la enseñanza universitaria privada. Es el gran empeño de los padres de familia, cueste lo que cueste. En parte ocurre lo mismo en España, salvo que aquí la política educativa del gobierno socialista consiste en deteriorar la competitividad de todo el sistema y si es posible anular las energías de la escuela concertada. Frente a la meritocracia, el igualitarismo caduco prosigue marcando directrices.

Por contraste con los anhelos idealistas de la pedagogía oficialista del buenísimo, seis de cada diez españoles consideran que dar un cachete a su hijo evita problemas futuros. Una amplia mayoría de padres acepta que nada sería más provechoso que enseñar a los niños a obedecer en edad temprana, aunque eso implique dosis de aquella disciplina que el progresismo ha querido olvidar. Ciertamente, la televisión es un competidor desaforado: profesores y padres saben que su labor paciente y ardua puede quedar fácilmente anulada por las horas que los niños pasan mirando la televisión, sobre todo tantos programas que no son los más adecuados para su edad. La verdad es que muchos programas no son adecuados ni para la edad de los adultos.

Para la mitad de los encuestados, la desmotivación explica el fracaso escolar. Esa desmotivación algo tendrá que ver con la simultaneidad de procesos de desvinculación que se han ido viviendo en nuestra sociedad, una sociedad de cada vez más atomizada, sin respeto generacional, sin respeto a la figura del maestro. Terriblemente, a veces sin respeto hacia la figura del padre: de cada vez se habla más del síndrome del emperador que los padres sufren con sus hijos. Son hijos que maltratan a sus padres. Entre otras cosas, viven inmersos en un mundo de violencia virtual en el que no hay referencias al bien y al mal.

Una sociedad que no debata a fondo estos problemas es una sociedad de algún modo inmadura, incapaz de verse a si misma, tal como se ha modelado a si misma. Por la misma razón, hay padres que se niegan a aceptar que sus hijos puedan practicar el acoso escolar contra sus compañeros más débiles o frágiles, cuando las estadísticas más prudentes hablan de un 4% de menores que la sufren. Esa burbuja de lo ilusorio va a estallar algún día y divisaremos un panorama más bien escuálido y precario. Entonces habrá que volver a comenzar grandes reformas educativas a un coste sin igual. www.laverdad.es

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