martes, 8 de noviembre de 2011
Una vida que merezca ser llamada vida
Hoy voy a hablar de un puñado de guerreros. De héroes y heroínas tenaces y discretos con los que vivimos sin apenas damos cuenta de que están ahí. como nuestra sociedad convencional, cuando vamos al cine y vemos películas de superhéroes, pero no advertimos que hay batallas mucho más grandiosas y difíciles que están en la puerta de enfrente . Hacemos todo lo posible por no enterarnos. Es sobre la diversidad funcional; de aquellas personas que, por razones distintas ( discapacidad intelectual, parálisis musculares o cerebrales, etc., están de alguna manera limitadas en su funcionamiento. Pero verdaderamente trágico es que a esas condiciones físicas, la sociedad añade un encierro mucho más difícil de superar: el aislamiento total de la persona, su desaparición de nuestra vida. No queremos ni cruzarnos con ellos.
Si nos topamos con alguien así en un sitio público, solemos mantener la línea de nuestra mirada por encima de silla de ruedas, como si no estuvieran.
Porque esa vida es posible. Las personas con este tipo de problemas son capaces de construirse una existencia independiente y digna, siempre y cuando la sociedad no les aparque en esa tétricas cárceles terminales que muy a menudo son las residencias.
Hay un relato estremecedor titulado “una vida diferente” en el que narra su lucha: en ocasiones, explica el cuento, la niña sólo quería morirse. Pero en otros momentos “veía la parálisis cerebral como un don, y, aunque parezca mentira, se lo pensaría mucho si le propusieran volver atrás: nacer normal y no recordar nada de lo que había aprendido”.
Hay muchos guerreros más, héroes anónimos capaces de proezas increíbles siempre que la sociedad no se lo impida aplicándoles una política asistencialista próxima al campo de concentración. Reclaman, en fin, una vida que merezca ser llamada vida. No es una utopía: pueden tenerla. Pero, para conseguirlo, lo primero que tenemos que hacer es atrevernos a mirarlos.
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